domingo, 17 noviembre, 2024

Milei ya tiene sus mineros

Billy Elliot es una película (y luego una obra musical) de 2000, que narra hechos ocurridos entre 1984 y 1985. Cuenta una gran historia de superación personal y de lo fuerte que puede ser una pasión para imponerse pese a todo, y que quedó para siempre bajo el eslogan “Todos pueden bailar”. Trata de un niño, Billy Elliot, del condado de Durham, Inglaterra, que descubre casi de casualidad su pasión por el ballet, pese a la férrea oposición de su padre y su hermano mayor; ambos, como su abuelo, fanáticos y cultores del boxeo. Finalmente se impone la pasión de Billy Elliot, su padre lo acepta y llega al Royal Ballet. Lo interesante de la historia es por qué el padre y el hermano del protagonista terminan avalando la dedicación a semejante (a los ojos de esa clase social inglesa de la última parte del siglo pasado) actividad. Ambos se abren a la nueva experiencia de amplitud cultural, porque Jacky y Tony, el padre y el hermano, están vencidos.

En abril de 1985 se había cerrado la fuente de trabajo de toda su vida. No solo de ellos, de todo el pueblo. La mina de carbón del lugar, el ducto de supervivencia económica de todo Durham, se cerraba; luego que el legendario sindicato National Union of Mineworkers ( NUM) se rindiera ante el gobierno conservador de Margaret Thatcher. La primera ministra británica venía manteniendo una batalla sin aliento contra los mineros de su país, en huelga desde 1983, cuando la Dama de Hierro había decidido aplicar un feroz plan de baja del gasto, que combinaba privatizaciones, despidos masivos en la administración pública británica y reducción drástica y dramática de los subsidios. Los mineros dedicados al carbón venían siendo fuertemente subsidiados en sus ingresos por el gobierno desde fines de los 70. El primero que intentó contraer el nivel de fondos para este fin fue el gobierno conservador de Edward Heath, quien enfrentó una dura huelga en 1974 que terminó derribando su gobierno. Los trabajadores del NUM triunfaron. Pero sabían que sufrían un destino casi marcado de decadencia, a partir de los cambios en la generación de energía que ya se comenzaban a aplicar en Europa; con la mutación de combustibles contaminantes por otros menos o nada enemigos del medioambiente.

Para 1984, el sindicato estaba en ganador, pese a que se sabía que el destino estaba casi marcado. Ahí empezó una batalla con el conservadurismo en el poder, que terminó luego de un año de combate con el NUM en rendición. Incluyó reducciones salariales, pérdida de beneficios e, incluso, cierres de minas. Y la promesa nunca cumplida de analizar alternativas de desarrollo de los pueblos cuya única fuente de ingresos se cerraba. Thatcher conseguía su segunda victoria histórica. La primera había sido dos años antes, en 1982, en Malvinas. En 1987, fue reelecta con una victoria aplastante; lo que la consolidó como la gran figura de la posguerra británica, luego de Winston Churchill, y la impulsora de una nueva ola conservadora junto con el norteamericano Ronald Reagan.

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Al menos en lo económico (se supone), Javier Milei es admirador de la gestión de Thatcher. Siempre consideró a la británica una precursora de parte de sus políticas. Dijo en campaña: “He escuchado muchos discursos de Thatcher. Era brillante. ¿Cuál es el problema?”. Pidió “diferenciar” su admiración a Thatcher, porque “hubo una guerra y nos tocó perder. Eso no quiere decir que uno no pueda considerar que quienes estaban enfrente eran personas que hacen bien su trabajo”.

Las referencias vienen a cuento de algo que se mencionaba en la Casa Rosada en estos días de viento de cola y noticias positivas. En referencia a la “victoria” que consiguió el Ejecutivo en sus negociaciones con los cinco gremios aeronáuticos, libertarios de dentro y fuera de la Casa de Gobierno afirmaban que el acuerdo que se firmó para sellar la paz, aunque sea momentánea, amerita la comparación con los hechos de mediados de los 80 en Gran Bretaña y el conflicto con aquellos mineros del NUM. Muchos dentro del oficialismo comparan y asimilan aquella victoria thatcheriana con el Waterloo de los gremios aeronáuticos criollos que, después de convertirse en los primeros en plantar bandera de guerra contra Milei, firmaron una posible rendición el miércoles de la semana que terminó. Aceptando no solo aumentos salariales (19%) muy lejanos a las pretensiones originales (90%), sino derribando un muro que hasta hace semanas era una estructura de cemento irreductible. Los muy beneficiosos  (en algunos casos hasta el ridículo) convenios colectivos de trabajo serán modificados de raíz, hasta convertirlos en un documento de normalidad laboral dentro del no muy amplio mercado sindical argentino. La visión oficial es que los gremios entendieron que la decisión de cerrar  de manera inmediata Aerolíneas Argentinas y llevar todo al extremo no solo era una posibilidad cierta sino además con cierto apoyo popular. Y que había llegado el momento de arriar banderas, sentarse a discutir la supervivencia inmediata y, si se puede, preparar las huestes para una futura e incierta (al menos en el tiempo)  batalla por las condiciones laborales. Recordaba algún negociador que estuvo en la mesa de acuerdo con el oficialismo el cambio profundo que experimentó culturalmente la sociedad, en comparación con dos momentos distintos de la realidad de Aerolíneas: 2001 y 2024. En aquel año, Aerolíneas estaba al borde del cierre luego de la pésima experiencia privatizadora de Iberia primero y la SEPI (la agencia administradora de empresas públicas españolas) después. Esta administradora residual estaba dispuesta a limitar al mínimo la operatoria de Aerolíneas, o directamente cerrarla al denunciar públicamente que no solo no podía hacer frente al pasivo de la empresa aérea, sino que se consideraba inoperable en el manejo de los conflictos permanentes con sus empleados. Ante el hecho inminente del cierre, literalmente, la gente salió a la calle y se manifestó abierta y culturalmente a favor de la continuidad de Aerolíneas, como sea. Hasta las dos figuras públicas del momento hicieron lugar en sus agendas mediáticas para respaldar el reclamo de los gremios.

 Finalmente, ante la presión popular, la SEPI abrió un concurso de venta y terminó siendo adquirida por Interinvest, del Grupo Marsans. Fue también una experiencia fallida que terminó con tomas de aeropuertos, y cierto apoyo popular ante la inminencia del cierre de Aerolíneas. El Grupo Marsans había iniciado desde 2008 una notable desinversión en Aerolíneas, que la dejaba al borde de la inactividad, y para diciembre de 2009 evidenciaba problemas de continuidad en España. El 22 de diciembre se le retiraba el permiso para operar a Air Comet, compañía bajo la cual operaba Aerolíneas, y el 20 de abril de 2010 la Asociación Internacional del Transporte Aéreo les retiró la licencia para vender billetes de avión por impagos. Marsans presentó en junio de 2010 su solicitud de concurso de acreedores para todas sus sociedades y el 25 de junio la Justicia española le habilitó el proceso de quebranto. El 2 de julio comenzó un proceso contra el presidente del grupo, Gerardo Díaz Ferrán, por vaciamiento y lavado de activos, en una investigación que incluía la liquidación de los últimos ejercicios de Aerolíneas. También, la gente estaba en la calle apoyando a los cinco gremios de Aerolíneas. Tanto los eventos de 2001 como estos de 2010 podrían asimilarse a quellas victorias de los mineros ingleses de 1975. Donde todavía mostraban músculo y poder político.

Sin embargo, todo cambió. El Gobierno sabe que hoy nadie saldrá a apoyar a los cinco sindicatos. Y que la opción de un cierre y refundación de la empresa en otra compañía de bandera (o no) es una alternativa. Siempre que los piquetes de los aeroportuarios se terminen y los aviones despeguen y lleguen a destino. La realidad parece también hacer sido comprendida por los gremios, que, como se dijo más arriba, aceptaron desmontar la barrera de la negociación del convenio colectivo de los cinco sindicatos. Que uno de los sectores más combativos haya abierto la puerta para una decisión de este tipo es, simplemente, revolucionario. Y asimilable a la victoria thatcheriana con los mineros ingleses. Más si se tiene en cuenta que desde el oficialismo no se habrán movido un centímetro del verdadero plan del  mileísmo sobre la compañía: una crisis que lleve a un caso de programa preventivo de crisis empresaria presentado ante la Secretaría de Trabajo, el inicio de un juicio legal sindical abierto y la posterior presentación ante la Justicia de la quiebra de la empresa, para luego refundarla en una nueva línea de bandera a privatizar. En paralelo, los gremios creen que lograron una paz verdadera, al menos hasta que las elecciones del año que viene tengan un vencedor en la oposición que termine con el momento político positivo de Javier Milei, que, lejos de devaluarse, cada día parece estar más sólido. Los aeronáuticos se habrán convertido, entonces, en los nuevos mineros ingleses. Los mineros de Milei.

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