Una de las etapas más importantes en el desarrollo humano sucede entre los tres y los cuatro años y se denomina: edad de los porqués. Al menos eso afirma la psicología infantil. Luego, a medida que se crece, pareciera que esas preguntas encuentran respuesta, o bien dejan de hacerse. El español Javier Santaolalla es físico de partículas e ingeniero en telecomunicaciones, pero quizá su mayor poder sea el de lograr que millones de personas retrocedan a esa edad y se vuelvan a preguntar: ¿y por qué?
Hoy, a los 42 años, es el mayor divulgador científico de habla hispana y su audiencia supera los diez millones de seguidores en diferentes plataformas. YouTube, Instagram, TikTok, cualquier canal parece quedarle bien para hablar de ciencia y algo más. Pero antes de llegar hasta acá, recorrió un camino zigzagueante respondiendo sus propias preguntas. Empezó estudiando ingeniería, quizá para entender cómo se comunica la gente, se graduó en telecomunicaciones. A mitad de carrera también se preguntó cómo funciona el universo y, para eso estudió ciencias físicas. Se doctoró en física de partículas y entró a trabajar en el mayor laboratorio del mundo, el Centro Europeo para la Investigación Nuclear (CERN, por sus siglas en inglés).
Llegó justo en un momento vibrante, a los pocos años allí descubrirían el bosón de Higgs, una partícula difícil de explicar, aunque fundamental para entender el cosmos. Cuando su carrera científica brillaba, se preguntó si no sería mejor irse a los bares a contar chistes de física. Sí, irse a los bares; sí, chistes de física. Eso hizo hace diez años y lo que parecía un suicidio profesional hoy lo transformó, luego de caminar muchísimo) en una suerte de superhéroe de la divulgación científica, con el superpoder de despertar en la gente curiosidad y ganas de aprender.
Pero aún falta un giro más en la historia. Cuando ya explicaba todos los secretos de la física para millones y dominaba los conceptos de la cuántica o la relatividad, se preguntó dónde buscar más respuestas. O al menos más preguntas. Y comenzó la carrera de humanidades. Así pasó a preguntas más amplias como ¿por qué Alejandro Magno fundó la ciudad más loca de la historia? o ¿Y si Dios es matemático?
En un mano a mano exclusivo, Javier Santaolalla se sentó con LA NACION a pensar preguntas para las que la humanidad aún no tiene todas las respuestas: si la inteligencia artificial nos va a matar a todos o si realmente tiene sentido conquistar Marte. Pero también a repensar sus trabajos sobre, quizás, el mayor escritor argentino y también sobre, tal vez, el mayor físico de nuestro país.
–¿Dónde encontraste más respuestas, con Einstein y Newton o con Aristóteles y Platón?
–Es difícil de calibrar, más que cuantitativas son cualitativas las diferencias. Continuamente vas teniendo respuestas según estudias una cosa u otra. Pero lo que importa es que el enfoque es diferente. Entonces no diría que una te dé más o menos respuestas. Creo que las dos son importantes, ambas ayudan a limitar ciertas cosas, la ciencia te limita mucho a tener especulaciones filosóficas. Si no tienes idea de ciencia, puedes especular fuera de los ámbitos científicos. Entonces la ciencia te limita muy bien el pensamiento y las humanidades en ocasiones te lo abren. Entonces yo creo que la convivencia es bastante buena.
El universo no distingue de un tipo de pensamiento u otro. Está mucho más mezclado de lo que la gente imagina. Todo buen físico es buen filósofo y creo que todo buen filósofo tiene que ser buen físico. A lo mejor no tienen una formación reglada en filosofía, pero son personas que con su pensamiento y sus preguntas van más allá de lo que son los números y los experimentos. Einstein, Schrödinger, Planck tenían mucho pensamiento filosófico. Todos intentaban ir más allá.
–Después de nombrar a algunos humanos tan inteligentes como Albert Einstein, Erwin Schrödinger o Max Planck (tres de los varios padres de la física cuántica), es un buen momento para hablar de inteligencia no humana. Los últimos avances en IA causan tanto asombro en quienes aseguran que van a resolvernos un montón de tareas monótonas y darnos alas para desplegar nuestra imaginación, como en quienes temen quedarse sin trabajo o terminar empleados de una máquina. ¿La incursión de las inteligencias artificiales debería alegrarnos o asustarnos?
–Creo que el susto no es una actitud muy productiva. Pero sí veo que hay inquietud, más que susto. Hay dudas. Hay incertidumbre. Y es razonable. El miedo y el susto creo que no traen nada positivo, pero sí que hay que estar alerta y sobre todo ágil. En cuanto hay un cambio, hay que estar preparados para tomar decisiones que atinen con lo que se está viniendo. Pienso que ahí está un poco la clave.
Está desarrollándose muy rápido la tecnología, pero quizá no estamos siendo tan rápidos en cuanto a limitarla y acotarla. Y creo que por ahí va el peligro. Considero que se requiere que filósofos, artistas, académicos, se integren en la institución científica. Esto involucraría al tejido de la sociedad, a personas de la educación, pedagogos, incluso letrados o abogados. Si no, cuando se quiera llegar, quizá sea demasiado tarde.
Como cualquier herramienta humana, es muy interesante y puede ser muy útil, aunque también los cambios que genere pueden despertar temor. Platón decía que tenía miedo a la lectura y a la escritura, porque podían arruinar la memoria. Y esa discusión surgió con diferentes herramientas. No creo que una tecnología de por sí sea mala o buena, todo depende del uso. Creo que el uso correcto es el uso consciente, saber que lo estás usando. El uso sin ningún tipo de criterio es el peligroso.
Personalmente me mantengo firme en no usarla en mis procesos creativos. Porque tengo miedo de que se me atrofie en parte la creatividad y la estructura de ideas. Al igual que al viajar con GPS perdemos un poco la capacidad de orientación propia, es posible que ciertas tecnologías atrofien capacidades creativas. Yo adoro mis procesos creativos, recuerdo mis mejores ideas como vinieron y les tengo mucho cariño a esos momentos, a esas epifanías. Llegan en momentos completamente anodinos, absurdos, en aviones, en paseos; amo esos momentos y no quiero perderlos. Entonces no quiero cederlo a una máquina, quiero quedármelo para mí.
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Hace tres años, Javier Santaolalla se cansó de todo y se fue. O al menos se cansó de YouTube, la plataforma que lo hizo famoso, y se despidió de los videos. Casi dos millones de personas vieron, y lamentaron, esa despedida. En esa búsqueda de nuevos rumbos se asomó a una puerta que no se abría hacía más de una década. La Agencia Espacial Europea anunciaba las postulaciones para sumar nuevos astronautas a sus misiones. Allí aplicó Santaolalla. Presentaba un buen currículum: un doctorado en física de partículas, un título de ingeniero, buen estado físico. Pero los reclutadores no pensaron lo mismo, no pasó desde las primeras pruebas. Sin embargo, aún en la Tierra, nunca dejó de pensar en el espacio.
–¿Considerás que la humanidad será finalmente una especie interplanetaria? ¿Y cuándo?
–Precisamente ahora que estamos con el debate de inteligencia artificial uno se pregunta qué es lo humano. Creo que hay varios procesos propiamente humanos y uno de ellos es la curiosidad, que nos diferencia de una máquina. También esa necesidad de conectarnos, de comunicarnos, de trabajar relaciones sociales. Y la curiosidad que es como un motor de búsqueda constante. Esa misma curiosidad es la que lleva al ser humano a extenderse, a expandirse. Y preguntarnos ahora qué sentido tiene ir a Marte, así como nos preguntamos qué sentido tenía cruzar el estrecho de Bering para llegar a América. O subir al Everest. O bajar a la fosa de las Marianas. Creo que está integrado dentro de nuestra naturaleza.
Por otro lado estamos viviendo varios procesos de deshumanización y uno de ellos podría ser el renunciar a la búsqueda. A mí me daría miedo dejar de buscar. Yo busco nuevas ideas, busco nuevos ámbitos profesionales, busco nuevas conexiones. Y seguro que cualquier persona que lee esto tiene su propio proceso de búsqueda.
No hay que despreciar lo que buscar fuera nos permite encontrar adentro. Creo que yendo fuera, paradójicamente, nos permite explorar más adentro. Quizá ese sea el sentido de ir a Marte. ¿Cuándo podríamos vivir ahí? Es difícil de responder, pero según los expertos estamos hablando de siglos. Llegar, quizás en un par de décadas, pero montar una colonia autónoma, sí que llevaría muchísimo tiempo.
–Volviendo a la Tierra, nos detenemos en un país curioso. Allí nacieron un Papa y el mejor jugador de fútbol del mundo. También Jorge Luis Borges y Juan Martín Maldacena. Los dos tienen varias cosas en común: destacaron entre los mejores de la historia en sus campos, a pesar de ello no ganaron un Nobel y Javier Santaolalla les hizo un video a cada uno. ¿Comparaste a Maldacena con Einstein, tan relevante es en el ámbito científico?
–También lo comparé con Messi, jaja. Sin duda es el líder de una nueva generación de físicos. Fue el profesor vitalicio más joven de la historia en Harvard e hizo enormes aportes a la teoría de cuerdas. Un constructor teórico que busca unificar la mecánica cuántica con la relatividad, uno de los grandes problemas abiertos de la física. ¿Por qué no gana un Nobel? Bueno, porque sus trabajos todavía están a nivel especulativo y se premian trabajos confirmados. Pero sin duda que Juan Martín es alguien tan brillante que estaría muy bueno que tuviera algo de la fama de Messi, porque creo que es tan importante como lo es Lionel en el fútbol.
–Y tomaste a Jorge Luis Borges y su cuento, El jardín de los senderos que se bifurcan, como introducción a los infinitos trayectos posibles planteados por Richard Feynman. ¿Cuál es tu relación con el autor?
–Fui a visitar su tumba en Ginebra y ahí indagué un poco sobre él. Sí es cierto que me costó un poco su lectura, pero me quiero dar otra oportunidad con Borges. Seguramente en el próximo año de Humanidades, cuando veamos literatura contemporánea. Entiendo que acá es una figura importantísima. Y la verdad que estoy altamente sorprendido por el nivel cultural del país, lo noté en la Feria del Libro de Buenos Aires [el año pasado cuando dio una charla que desbordó el auditorio]. Me parece una feria superinteresante, por cómo el libro tiene un espacio tan especial en la cultura argentina, que creo no tiene en otros países que he visitado.
–Borges o Maldacena, Platón o Einstein, distintas formas de llegar a despertar curiosidad y generar porqués, ese superpoder de Santaolalla. Con más de una década en la divulgación científica. ¿Qué cambió en tu forma de comunicar ciencia?
–Cambiaron muchísimas cosas. Hubo dos grandes cambios. Uno es a nivel de contenidos, intentando hacer cosas más profundas, más reflexionadas y con mayor recorrido. Dejé de publicar tanto, me permito reflexionar más. Intenté también incorporar nuevas ideas, nuevos estudios, todo lo que aprendo lo intento incorporar, para hacer videos cada vez más ricos. Me independicé del algoritmo y de la tendencia. Eso me da más espacio para buscar temas que me interesen y no estar tanto en la actualidad, buscando ideas que a mí me llamen más la atención y poder profundizar en ellas.
El otro cambio que hice, que tuvo mucho impacto, es en la narrativa. Y con eso vi que sí, el algoritmo te empuja, pero al final es la persona la que te elige. Me di cuenta de que hay videos que tienen un desarrollo muy curioso, que al principio no le pegan duro, pero con los años van evolucionando muy bien. Y son los videos más sesudos. Aguantan el tiempo cuando es un video bien pensado, bien reflexionado, y que a lo mejor no fue muy atractivo en su momento porque no tuvo un título que fuera llamativo, pero el enfoque que se le dio fue muy atractivo. Y con los años, el boca a boca, la gente compartiendo, creció por otros mecanismos que no fueron el algoritmo. Entonces, ese segundo camino es el que estoy intentando tomar, aunque sigo jugando con el algoritmo porque tampoco lo voy a despreciar. Pero no soy esclavo del algoritmo.
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