En una de las avenidas principales de Monte Quemado, en el norte de Santiago del Estero, están las ruinas de lo que fue en los años setenta su único cine. Era una sala que tenía la épica de haber heredado el proyector y el telón del cine teatro Ópera de Buenos Aires. Como cerró una década después, la mayoría de los habitantes nunca disfrutó de una película en su pantalla gigante.
Sin embargo, lo que para algunos vecinos es un recuerdo y para muchos otros solo una anécdota que cuentan los más grandes de la familia, puede resignificarse. Hace tres años, la fundación Humanitarismo Comunidad llegó desde San Antonio de Areco preocupada por la cantidad de suicidios juveniles. Desde entonces, entre sus objetivos para colaborar con este tema, figura construir en esas ruinas un centro educativo y cultural como lugar de encuentro y, de paso, cumplir el sueño de muchos copeños de reabrir el cine.
Monte Quemado es la cabecera del departamento de Copo, por eso a sus cerca de 40 mil habitantes se los denomina copeños. El nombre original era quechua, Sacha Rupaj, porque la zona estaba llena de troncos calcinados. La ciudad está dividida en dos por las vías del ferrocarril y la avenida 9 de julio, que corre de manera paralela del lado sur. A media cuadra del hospital, a 100 metros de la nueva terminal de ómnibus y muy cerca de la comisaría y el juzgado está el enorme esqueleto del cine. Hoy en toda la ciudad no hay ni cine ni teatro.
Después del suicido de dos hermanas, la emprendedora y gestora de proyectos Nadia Perino creó Humanitarismo Comunidad junto a su marido, el piloto y consultor aeronáutico Martín Dal Farra. Lo hizo con el objetivo de “educar, acompañar y prevenir problemas como la drogadicción, la violencia o el suicidio en comunidades desplazadas y vulnerables, haciendo foco en las emociones, los valores, los vínculos y los proyectos”.
“Me movilizó desde lo personal conocer qué estaba pasando en Monte Quemado. Empezamos a visitarlos una vez por mes para ayudar a los jóvenes a desarrollar proyectos de manera autónoma y mejorar su vida en la comunidad. También les enseñamos que todos tenemos la posibilidad de salir adelante a través del fortalecimiento de la autoestima tanto en talleres participativos y vivenciales como en encuentros con sus familias y los vecinos. Ellos se animaron a estudiar y capacitarse, porque tienen ganas de crecer y progresar. Se apoyan entre ellos, hay una nueva empatía respecto de su realidad y sus sueños”, explica Nadia.
A Nadia y Martín, que son la directora ejecutiva y el presidente de la ONG, se sumaron más de 40 voluntarios de Monte Quemado, entre quienes hay muchas madres que perdieron a sus hijos. Por eso, si bien hasta ahora trabajan en escuelas, clubes y espacios al aire libre, necesitan un lugar físico que sea punto de encuentro de manera permanente. En ese contexto e incansable en sus ganas de ayudar, a Nadia se le ocurrió recuperar el viejo cine, donde todos los habitantes se juntaban hace cinco décadas, como parte de un centro educativo y cultural.
“El objetivo no solamente es recuperar el cine, sino también crear un espacio para talleres de arte, oficios y formación técnica, algo muy pedido por los jóvenes locales, y hacer espectáculos y exhibiciones artísticas. Para eso, estamos a punto de completar el primer paso: comprarle el edificio en ruinas al heredero”, explica. Una vez resuelta la compra, el proyecto se cumplirá en distintas etapas: la primera incluirá un aula, una sala de reuniones, una oficina, un anfiteatro al aire libre, una huerta y baños. La siguiente dará prioridad al funcionamiento del cine y a aumentar las aulas para los talleres con salida laboral.
Gloria Mansilla nació hace 38 años en Monte Quemado, es propietaria de una confitería con un lindísimo patio donde se realizan pequeños eventos y es una de las voluntarias de Humanitarismo Comunidad. Ella relata que “en el pueblo (como le dicen todos) hay varias escuelas primarias y dos secundarias, y que los adolescentes practican deportes, bailan folklore o van a los grupos en las iglesias. Los adultos, por su parte, trabajan en el municipio o en la actividad forestal”.
“Preocupada porque hubo muchos suicidios juveniles, empecé a colaborar con la fundación Haciendo camino. Enseguida se sumaron los médicos de Cuerpo & Alma, que vienen con los pilotos de la Asociación Civil Aéreo, que a su vez trajeron a la gente de Humanitarismo Comunidad. Entonces comencé a trabajar activamente con esta ONG junto a madres que perdieron a sus hijos, dando charlas centradas en las emociones a jóvenes y adolescentes en colegios y clubes”, agrega y explica que esa crisis se vivió principalmente entre 2010 y 2020.
Por supuesto, Gloria nunca conoció un cine cerca de su casa. Debe viajar 332 kilómetros hasta Santiago capital para ir a las salas del shopping. “Conocí el viejo edificio del cine cuando se usaba para peñas y festivales de mi colegio secundario, a comienzos de los noventa, pero ya estaba muy deteriorado. Aunque hoy no tiene techo, sigue siendo un ícono. Si te quieren indicar un camino, te dicen ‘desde el cine para tal lado’. Por eso lo siento como un símbolo de que si reconstruimos el cine, levantamos el pueblo”, asegura con nuevas esperanzas.
En cambio, uno de los vecinos que conoció y amó el llamado cine club colegial San Francisco Solano es su marido Gustavo Chequer, que comparte el negocio y también es profesor de historia. “Abrieron el cine en 1970, para que compartieran los habitantes de todas las condiciones sociales. Cada función era un acontecimiento único para el pueblo. El proyecto era muy ambicioso, porque también iba a haber un hotel con pileta y canchas de básquet, tenis y bochas, y un aeroclub con hangar para los aviones. Sin embargo, no se hizo nada de lo demás. Verlo abandonado me causa gran tristeza, porque ahí está parte de mi infancia y mi adolescencia. La idea de reflotarlo me da mucha alegría”, cuenta.
“Desde mi casa frente a la estación veía cómo bajaban las latas con los rollos de películas del tren. Hasta entonces, con los chicos de la escuela jugábamos a las bolitas o la mancha, al fútbol y al básquet. No tenía televisión, que solamente veía cuando visitábamos a la familia en Santiago capital o en las vacaciones en Córdoba. Por eso cuando comenzaron a proyectar películas me cambió la vida y esperaba las funciones durante toda la semana.”
Las funciones eran los viernes, sábados y domingos, matiné para los chicos y a la noche para los grandes, con un descanso entre las dos películas. Sin embargo, sus días favoritos eran los jueves, cuando con tres o cuatro amigos espiaban las películas prohibidas de Isabel Sarli. “Sobornábamos al muchacho que las probaba con un sándwich, una Coca Cola o un paquete de cigarrillos. Las cintas ya venían censuradas y sin desnudos desde Buenos Aires, pero el cura igual a veces las controlaba, por eso uno siempre ‘hacía de campana’ por si venía”, agrega.
A sus 61 años, no sabe por qué el cine dejó de funcionar y el proyecto quedó en el abandono. “Mi papá decía que fue el famoso ‘Rodrigazo’. El hangar se hizo, pero con el tiempo se fue destruyendo por falta de mantenimiento y además no llegaron a comprar los aviones. Hemos hecho un retroceso muy grande. Ahora los chicos ven películas en el celular, la computadora o la tele, pero no conocen el cine como actividad comunitaria”, se lamenta.
El vecino Raúl Torres, en su escrito “Monte Quemado: La historia de mi pueblo II”, cuenta que un actor de teatro pueblerino llamado César Iñiguez proyectaba películas blanco y negro en una instalación precaria de Monte Quemado en 1946. Y que la localidad tuvo otros dos cines en los años cincuenta: Montesinos, ubicado en donde hoy es la verdulería “La Flor del Día” y La Boca del Tigre, en el actual barrio 12 de Octubre. Pero el único que se extendió por casi una década fue el cine club colegial San Francisco Solano.
“Esta historia comienza en la capital de Santiago del Estero, con un sueño de don Rolando Auad: un gran hotel con canchas de básquet, tenis y bochas, un cine y un aeroclub. El inversionista pondría la mitad del capital necesario y lo recuperaría con distintas rifas. Paralelamente, en 1969 llega a Monte Quemado el padre Remo Balboni, que conforma el Club Juventud Católica y le pide camisetas a Auad para que los jóvenes participaran en la Liga Copeña de Fútbol. Auad acepta y propone un nuevo nombre: así nació el club colegial San Francisco Solano, auspiciado por el cine.
Mientras tanto, se levantó un tinglado de 90 x 45 metros para el hangar y se realizaban vuelos regulares entre Monte Quemado y Santiago del Estero. En febrero de 1970 se compraron el techo de viguetas de la fábrica Astori Estructuras de Río Cuarto más los equipos de sonido, el proyector y el telón del cine teatro Ópera de Buenos Aires y 400 sillas para el salón. El cine se inauguró en diciembre de ese año.
El texto del historiador termina así: “Un día, por causas que desconocemos, cerró para siempre nuestro querido cine club Colegial. Su figura de gigante se encuentra abatida por la desidia y el tiempo recorta su figura majestuosa sobre el cielo copeño, quizás y por qué no, a la espera de que sus hijos le devuelvan su antiguo y brillante esplendor.”
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