Un dolor de cabeza, problemas menstruales o una molestia en la garganta. Estas son tres causas habituales por las que una persona acude a la farmacia. Además, es frecuente que muchos no pidan asesoramiento y ya entren diciendo el nombre del medicamento que quieren comprar. No obstante, hay veces que es la receta de un médico la que determina si pueden o no comprar este fármaco y a qué precio pueden hacerlo.
La normativa también establece que algunos medicamentos con receta pueden ser más económicos debido a su financiación pública, mientras que los de venta libre no están subvencionados. Del igual forma, hay fármacos que no podrán comprarse sin prescripción médica.
Existen medicamentos que siempre requieren prescripción médica para su dispensación, como los antihipertensivos, ya que el paciente necesita una exploración previa por parte de un profesional de la salud. Sin embargo, hay otros fármacos cuya receta puede ser necesaria en determinadas circunstancias, dependiendo de la dosis o la condición a tratar.
Un ejemplo es el omeprazol, un medicamento antiulceroso comúnmente conocido como “protector gástrico”. Este puede adquirirse con receta en casos donde se haya diagnosticado una úlcera, aunque también existen prestaciones sin receta para tratar síntomas como la hiperacidez gástrica ocasional, que no requieren la intervención de un médico.
En cuanto a analgésicos y antiinflamatorios como el ibuprofeno y el paracetamol, la necesidad de receta depende principalmente de la dosis. El ibuprofeno de 600 mg está sujeto a prescripción médica, mientras que el de 400 mg puede adquirirse con o sin receta, dependiendo de las indicaciones. Aunque ambos son útiles para tratar dolores similares, se recomienda el de 600 mg para procesos crónicos debido a su mayor toxicidad, lo que exige supervisión médica. Por otro lado, el paracetamol de un gramo requiere receta cuando se presenta en envases de más de 10 comprimidos, mientras que el de 650 mg está disponible sin necesidad de la receta médica.
El tema de los antibióticos suele generar conflicto, ya que es habitual acudir a las farmacias para adquirirlo y poner fin a una dolencia concreta. Sin embargo, la prescripción de antibióticos corresponde exclusivamente al médico, ya que su receta se basa en un análisis cuidadoso de las características microbiológicas, farmacológicas y toxicológicas del fármaco, así como en las indicaciones recogidas en las fichas técnicas y prospectos de cada medicamento. Factores como la duración del tratamiento, la dosis y la vía de administración dependen del tipo de infección, su origen, gravedad y la respuesta del paciente al tratamiento.
Los antibióticos no son eficaces contra infecciones de origen viral, aunque en ciertos casos pueden ser útiles para controlar infecciones bacterianas asociadas. Un médico sospechará de un cuadro viral o alérgico, descartando la necesidad de antibióticos, si un paciente presenta dolor de garganta acompañado de conjuntivitis, rinitis, tos, ronquera y otros síntomas comunes en infecciones virales. Recetar antibióticos sin esta base puede dificultar el diagnóstico y contribuir al desarrollo de resistencias bacterianas, un problema de salud pública creciente.