El poder de Javier Milei se apoya en tres pilares: la impresión de que es radicalmente ajeno a “la casta” que, en opinión de buena parte de la ciudadanía, fue responsable de la ruina del país, el manejo al parecer magistral de las finanzas que le ha permitido reducir la tasa de inflación que, si bien sigue siendo la más alta del mundo, se ha hecho tolerable conforme a las generosas pautas argentinas, y la falta, por ahora, de cualquier alternativa viable.
Así las cosas, Milei no puede darse el lujo de protagonizar más escándalos, como el del “criptogate”, que pongan en duda no sólo su honestidad personal y la de miembros de su entorno, comenzando con su hermana Karina y su gurú, Santiago Caputo, sino también sus dotes como economista. De difundirse la idea de que el Presidente se ha transformado en un político más y que, no obstante su compromiso con el rigor fiscal, es tan proclive como cualquier otro economista a cometer errores graves, la imagen muy positiva que se las ha ingeniado para elaborar y que, según parece, entusiasma a una proporción nada desdeñable del electorado nacional, no tardará en desdibujarse.
Milei y, más aún, los otros miembros del “triángulo de hierro” gobernante, tienen sueños hegemónicos. Esperan salir fortalecidos de la temporada electoral que está aproximándose con rapidez y que ya monopoliza la atención de los integrantes de la clase política nacional. Aunque es posible que todo suceda como los estrategas libertarios prevén, les convendría recordar que, en 2017, Mauricio Macri también pudo festejar los resultados de las elecciones legislativas de medio término en que Juntos por el Cambio arrasó, sólo para ver el poder así acumulado desintegrarse poco después en medio de una aguda crisis cambiaria que fue agravada por la turbulencia de los mercados internacionales.
¿Podría algo similar sucederle a Milei? El nerviosismo extremo que le produce cualquier alusión a la tasa de cambio hace pensar que es bien consciente del riesgo; teme que una eventual devaluación desate una corrida cambiaria furiosa que tendría consecuencias económicas y políticas tan negativas como la que en 2018 hundió al gobierno de Macri.
En vista de lo que está ocurriendo en otras partes del mundo, Milei tiene buenos motivos para preocuparse. La guerra arancelaria contra el resto del planeta que está librando su ídolo Donald Trump ya ha impactado de manera negativa en la economía. De intensificarse la huída hacia la seguridad que se ha puesto en marcha, pocos inversores querrán probar suerte en un país tan poco confiable como la Argentina, razón por la que propende a subir el índice riesgo país toda vez que Wall Street sufra uno de sus bajones espasmódicos.
Aunque Trump es un aliado importantísimo para Milei que, además de colmarlo de piropos, lo ha ayudado a llegar a un acuerdo satisfactorio con el FMI, está creando un medio ambiente que dista de favorecerlo. Escasean los lugares en que la gente atribuya las dificultades económicas locales a lo que está ocurriendo en los mercados internacionales; como Macri, Domingo Cavallo y otros recordarán, aquí, como en muchos otros países, los políticos opositores no suelen vacilar en aprovechar los reveses ocasionados por problemas ajenos para desacreditar a gobiernos que, hasta entonces, habían disfrutado de la aprobación popular.
Sea como fuere, Milei sigue viéndose beneficiado por la incapacidad de construir una alternativa convincente de los muchos políticos que tienen motivos de sobra para sentirse molestos por su comportamiento barriobajero. ¿A qué se debe? En el caso de los kirchneristas y otros peronistas, al fracaso calamitoso del “modelo” populista corporativo que empobreció al país y que, merced a la herencia atroz de deudas impagas que dejó atrás, sigue obstaculizando su recuperación. En el de los demás, comenzando con los macristas, a la sensación de que carecen de la fortaleza anímica que necesitarían para impedir que la Argentina recayera en los vicios que lo llevaron al borde de la autodestrucción. Si bien parecería que Macri mismo lo ha entendido y que, de tener una segunda oportunidad, estaría dispuesto a administrar la economía con severidad mileísta, no le ha sido dado reconciliarse con los muchos que nunca lo han querido por razones que son más personales que políticas.
Con todo, para los libertarios, el macrismo sigue siendo un rival de fuste que, para asegurar su propio predominio, tendrán que doblegar. No les preocupa el que los más beneficiados por la ofensiva que Milei ha emprendido contra el expresidente que todavía aspira a ser su aliado principal sean los adversarios, para no decir enemigos, de ambos. Sin embargo, tanto en la ciudad de Buenos Aires como en la provincia homónima, los peronistas, sean éstos kirchneristas o militantes como los que rodean al gobernador Axel Kiciloff que quisieran ver jubilada cuanto antes a Cristina, podrían superar a la facción que termine ganando la interna liberal-libertaria, lo que asestaría un golpe demoledor al proyecto mileísta que, hasta hace apenas un mes, parecía estar bien encaminado.
Acostumbrado como está a despreciar a todos los políticos que sean reacios a rendirle pleitesía, Milei se resiste a ampliar su base de sustentación si, para hacerlo, tuviera que pactar con aliados ideológicos decididos a conservar su propia identidad partidaria. Antes bien, quiere sumar a conversos dispuestos a hacer suyo el confuso credo libertario y que por lo tanto no pondrían en riesgo su supremacía intelectual. Si bien tal actitud le ha supuesto el respaldo entusiasta de los muchos que creen que lo que el país necesita es un caudillo autoritario, merece el repudio de los de mentalidad independiente que, gracias a su talento y experiencia, serían capaces de hacer un aporte muy valioso a la gestión del gobierno nacional que, huelga decirlo, hasta ahora no se ha destacado por su eficiencia.
Si sólo se tratara de afinidades ideológicas, sería natural que los Milei y sus operadores optaran por “fusionarse” con los macristas, pero entienden que no sería de su interés construir un partido que pronto adquiriría una imagen elitista. Para consolidarse en el poder, tendrán que conseguir el apoyo de millones de votantes que hasta hace muy poco eran peronistas no por convicciones ideológicas sino por una cuestión de identidad. Si bien a primera vista los fieles a Milei por un lado y a Cristina por el otro viven en universos que son radicalmente distintos y funcionan según reglas que son incompatibles, lo que tienen en común es el deseo de pertenecer a un sector sociopolítico que los acepta como son, brinda la impresión de respetarlos y parece capaz de anotarse muchos triunfos en los meses y años venideros.
Para derrotar a los políticos peronistas en el conurbano bonaerense y en las provincias más atrasadas del interior, los mileístas tendrán que privarlos del apoyo de los acostumbrados a suministrarles votos. Si las encuestas más recientes reflejan lo que realmente está ocurriendo en la mente colectiva, lo están logrando. En política, las ideas valen menos que las sensaciones. No es una aberración que, en Francia, Italia y otros países europeos, millones de personas que durante décadas habían votado a favor del Partido Comunista, en la actualidad apoyan a movimientos, como los encabezados por Marine Le Pen y Giorgia Meloni, que en términos ideológicos están en sus antípodas. Como los comunistas de antaño, tales dirigentes atraen a los muchos que dan por descontado que su propia salvación dependerá de la capacidad de políticos determinados de llevar a cabo cambios socioeconómicos drásticas. Lejos de perjudicarlos los epítetos como “derechista” o “neofascista” con que defensores del orden establecido procuran frenarlos, los ayudan al llamar la atención a la brecha que los separa de “la casta”.
Puede que sea poco probable que las agrupaciones que en Europa han tomado el lugar de la izquierda logren mejorar las condiciones de vida de su cada vez más numerosa clientela electoral, pero por lo menos ofrecen una alternativa al statu quo. En la Argentina, el peronismo ha desempeñado un papel parecido a aquel de los partidos que, con razón o sin ella, muchos en Europa consideran culpables de instaurar un orden que, luego de prometer mucho, fracasó a ojos de una proporción creciente de la clase obrera y la clase media baja.
Las perspectivas ante La Libertad Avanza de Milei son más promisorias que las enfrentadas por sus hipotéticos equivalentes europeos. A diferencia de Francia, Italia, Alemania y otros países del Viejo Continente, la Argentina perdió tanto terreno en las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial que, en teoría por lo menos, serían suficientes algunas reformas relativamente modestas como para posibilitar una etapa acaso prolongada de crecimiento económico vigoroso. Siempre y cuando Trump no provoque una gran crisis planetaria que tenga consecuencias terribles para países con economías precarias, podría justificarse el optimismo de Milei. Aunque parecería que se ha demorado un poco la recuperación del “aparato productivo”, hay señales de que el sector energético está por experimentar un boom muy significante, lo que, entre otras cosas, haría más manejable los problemas financieros que tantos dolores de cabeza están ocasionando.