miércoles, 13 agosto, 2025

La selva de los senderos que se bifurcan

Si resultan tener razón los más pesimistas, al mundo le aguarda un futuro dominado por autocracias de distinto tipo que lucharán por la supremacía mundial. ¿Exageran los convencidos de que está acercándose a su fin una etapa en que el autoritarismo se batía en retirada en muchas partes del mundo? Lo que está ocurriendo en América del Norte y Europa, donde están cobrando fuerza movimientos que están resueltos a demoler lo que hasta ayer nomás era el orden establecido, hace sospechar que podrían estar en lo cierto quienes creen que el impulso democrático está agotándose y que un síntoma del mal que lo aflige es la creciente degradación de la vida pública en países que, durante siglos, habían servido de modelos para otros que aspiraban a emularlos.

Parecería que la vieja dialéctica hegeliana según la cual el statu quo, “la tesis”, generaría una antítesis que andando el tiempo posibilitaría una síntesis que, a su vez, sería el nuevo statu quo y así ad infinitum, ha dejado de funcionar en las sociedades democráticas en que, debidamente regulada, aseguraba que los cambios causados por los incesantes avances tecnológicos no tendrían consecuencias traumáticas. En la actualidad, lo que quieren los movimientos políticos más dinámicos, sean de derecha o de izquierda, es romper con el pasado.  

Si bien la Argentina no ha permanecido ajena a las tendencias mundiales más preocupantes, ello no significa que tendrá que resignarse a un futuro autoritario. A pesar de que el papel vistoso que está desempeñando Javier Milei en el escenario internacional pueda atribuirse a la convicción de que comparte mucho con  los “ultraderechistas” belicosos de otras latitudes, incluyendo a las más desarrolladas, es poco probable que la mayoría se permita manipular por los militantes más fanatizados de La Libertad Avanza que están comportándose como sus homólogos de La Cámpora kirchnerista.   

Con todo, el que las dos alternativas principales ante el electorado sigan siendo el mileísmo por un lado y el kirchnerismo por el otro es de por sí evidencia de que aquí la democracia sigue manifestando características que son propias de sociedades atrasadas. En ambos casos se trata de empresas familiares cuyos dueños exigen lealtad acrítica a sus partidarios; a menos que adulen al jefe o jefa, se ven atacados sin piedad por quienes les bajan línea. Asimismo, el atractivo de las dos fuerzas en pugna depende casi por completo de las deficiencias patentes de su respectivo contrincante. El mileísmo irrumpió merced en parte a la corrupción insolente del liderazgo kirchnerista y, más aún, a la manera insensata con que manejó la maltrecha economía nacional, mientras que el kirchnerismo sigue vivo en buena medida porque sabe sacar provecho de la conciencia de que su clientela electoral tardará en compartir los eventuales beneficios del esquema libertario aún cuando éste sea exitoso en términos macroeconómicos.

De todos modos, tal y como están las cosas, parecería que, siempre y cuando el gobierno de Milei no se las arregle para autodestruirse, el kirchnerismo pronto se perderá en el maremágnum peronista al multiplicarse las grietas que lo separan de las facciones encabezadas por Axel Kiciloff, Sergio Massa, y los gobernadores e intendentes municipales que se le adhirieron cuando estaba en condiciones de suministrarles cantidades suficientes de dinero y votos.

Huelga decir que no han prosperado los intentos de hacer de la encarcelación domiciliaria de Cristina una causa popular para que, una vez más, todos los peronistas griten, “luche y vuelve”, como hacían sus abuelos. Antes bien, el grueso de los kirchneristas parece haberse resignado a que la carrera notable de su lideresa llegó a su fin hace tiempo y que, por antipático que les parezca, tendrán que reemplazarla por alguien más joven.  Mal que le pese a la doctora, ya no es mucho más que un cuco que usan los libertarios para asustar a quienes no quieren ver reeditarse la gestión infeliz de Alberto Fernández.   

También está dividido el movimiento que se articuló en torno a Milei. El núcleo está conformado por quienes parecen tomar muy en serio el relato bizarro que ha confeccionado el presidente en que combina ideas económicas contundentes de origen centroeuropeo con pedacitos cabalísticos, la sabiduría que atribuye a caninos filosóficos y otros ingrediente raros, además de eslóganes propios de su versión particular de la nueva derecha internacional. Sorprendería que, con la hipotética excepción de su hermana Karina, hubiera creyentes auténticos en la extraña mezcolanza que ha elaborado, pero muchos fingen respetarla porque los impresiona lo que les dicen las encuestas de opinión o porque entienden que las reformas económicas que ha puesto en marcha ofrecen al país un vía de escape de la crisis casi centenaria que, hace menos de dos años, pareció estar a punto de destruirlo. Aleccionados por la catástrofe sufrida por la Venezuela chavista, sabían que, de prolongarse algunos años más la hegemonía kirchnerista, la Argentina podría degenerar en un Estado fallido.

Ahora bien: de eliminarse el peligro planteado por Cristina y sus dependientes, los muchos que apoyan a Milei porque a su juicio es el mal menor y que por lo tanto les convendría soportar con estoicismo extravagancias grotescas como la del “Derecha Fest”, “el evento más anti-zurdo del mundo”, que celebró en Córdoba, se sentirán libres para decir lo que realmente piensan de él. Si de resultas de las elecciones el mileísmo se convierte en el nuevo statu quo, podría estimular el surgimiento de una oposición que esté igualmente comprometida con el rigor fiscal pero es llamativamente más respetuosa no sólo de las instituciones democráticas sino también de las personas.

Puede que, como insiste en recordarnos Milei, la Argentina no sea Noruega, pero eso no quiere decir que se vea condenada a ser un reducto de primitivismo político en que sea normal que el presidente bombardee de insultos canallescos no sólo a sus adversarios ideológicos sino también a aquellos aliados que se atreven a criticar su conducta. Es que, como Donald Trump, Milei cuenta con el apoyo de muchos que nunca soñarían con tratarlo como un amigo personal.

 Puesto que aquí aún funciona en política la dialéctica hegeliana, sería del interés de los liberales genuinos seguir resistiéndose a permitirse absorber por La Libertad Avanza ya que, andando el tiempo, podría tocarles formar una oposición civilizada a un gobierno que tiene demasiado en común con lo peor del movimiento peronista que está procurando desplazar. Por cierto, sería mejor que cumpliera dicho rol que dejar vacío un espacio que procurarían ocupar populistas reaccionarios decididos a restaurar un orden en que lograban prosperar a costillas de la mayoría abrumadora de sus conciudadanos.

Si bien desde el punto de vista de los simpatizantes del expresidente Mauricio Macri y de lo que representaba, era lógico apoyar a Milei cuando comenzaba su gestión porque el año pasado era prioritario impedir que la economía se hundiera, gracias al libertario que se animó a llevar a cabo un ajuste tremendo, las circunstancias ya no son las mismas.

Una vez estabilizada la economía, si es que el gobierno actual consigue hacerlo, las prioridades serían otras. No habría motivos para tomar la degradación del discurso público por un fenómeno meramente anecdótico que debería ser tolerado. Tampoco los habría para demorar las reformas drásticas que necesitaría el sistema educativo para que una proporción mayor de los jóvenes pueda encontrar un futuro digno en una sociedad que, como todas las demás, tendrá que adaptarse una y otra vez a los cambios tecnológicos que, según todos los especialistas, incidirán decisivamente en el mundo del trabajo y en las relaciones interpersonales.

Aunque es factible que el mileísmo tenga a mano soluciones adecuadas para los muy graves problemas macroeconómicos y financieros del país, hasta ahora no ha manifestado mucho interés en los sociales o culturales. Dadas las circunstancias que imperaban cuando saltaba de las pantallas televisivas a la Casa Rosada, la obsesión fiscal de Milei puede entenderse pero, por desgracia, la decadencia que lamenta no se limita al ámbito económico. Incide en virtualmente toda la vida nacional. Para revertirla, sería necesario que el país tuviera una sucesión de gobiernos capaces de combinar la racionalidad económica con la voluntad de crear condiciones para que todos, salvo una minoría que permanezca irremediablemente antisocial, puedan aprovechar al máximo sus propios talentos naturales.

Acaso sea prematuro pensar en las posibilidades que tendría una Argentina que haya dejado atrás largas décadas de crisis económicas, ya que el “trabajo sucio” que Milei emprendió con tanto entusiasmo dista de haber culminado, pero el tiempo pasa con rapidez y los políticos honestos tendrán que prepararse para lo que les esperaría en un país que no se sintiera obsesionado por la tasa mensual de inflación o las variantes del valor de la moneda nacional frente al dólar estadounidense.  Después de todo, en última instancia “la grandeza” de una nación de dimensiones demográficas modestas tiene menos que ver con la magnitud del producto bruto o el poderío militar que con la calidad de vida y nivel cultural de quienes la conforman.

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