Icónica en el fútbol argentino por su rol detrás de los alambrados de La Bombonera, rompió los estereotipos y fue un símbolo de la hinchada de Boca.
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Se convirtió en un simbolo de las hinchadas del fútbol argentino y la de Boca.
Vivió en la calle, pasó por reformatorios, cárceles y hospitales psiquiátricos, pero jamás abandonó su pasión. A fuerza de presencia, gritos y lealtad, La Raulito se convirtió en una figura insólita del mundo del fútbol, con un vínculo inquebrantable con Boca Juniors.
Su imagen trascendió el estadio y llegó al cine, la televisión y los medios. No buscó fama, pero se volvió un símbolo. Con una gorra, un pantalón roto y una bandera azul y oro al hombro, recorrió el país detrás del club de su vida hasta el último día.
La Raulito 2
Su amor por Boca la convirtió en una de las caras más reconocidas en el fútbol argentino.
Una infancia difícil, una vida dura y una única pasión: el fútbol y Boca
María Esther Duffau nació en 1933 y quedó huérfana a los seis años. Desde entonces vivió en hogares, en la calle y más tarde en instituciones para menores. Con una identidad marcada por la violencia, el abandono y el encierro, encontró una forma de vivir en el fútbol. Su fanatismo por Boca apareció en la adolescencia y se convirtió en su refugio más sólido.
El apodo de La Raulito surgió cuando empezó a vestirse como varón para evitar el acoso y para moverse con más libertad por los alrededores de La Bombonera. Su pasión no tenía límites: dormía cerca del estadio, vendía golosinas para sobrevivir y viajaba en trenes o colectivos con tal de ver a su equipo.
Fue detenida más de 20 veces por disturbios, entradas sin pagar o discusiones en la calle. También estuvo internada por diagnósticos psiquiátricos que, con el tiempo, fueron cuestionados por quienes la conocían. En cada salida, lo primero que hacía era ir a ver a Boca. Para ella, el fútbol era más que un escape: era su lugar en el mundo.
El día que La Raulito fue ovacionada por La Bombonera
En 1994, Boca decidió homenajearla con una distinción especial. La invitaron a la cancha y la presentaron como “la hincha más fiel”. Cuando su nombre sonó en los parlantes, todo el estadio se puso de pie para aplaudirla. La imagen de La Raulito llorando en el césped fue una de las pocas veces que la emoción la venció.
Aquel día no fue solo un reconocimiento a su historia personal. Fue también un gesto simbólico de lo que representa el fútbol popular: gente sin privilegios, sin poder, pero con una pasión irrenunciable. No tuvo casa, ni familia, ni trabajo estable. Pero tuvo un club, una tribuna y una identidad que defendió hasta el final.
Murió en 2008, en un hospital porteño. Estaba sola, pero su historia ya había quedado marcada en la memoria de miles. En un ambiente donde la fama y el negocio suelen dominarlo todo, su figura sigue siendo recordada como la de alguien que vivió por y para la camiseta.